La abundancia de petróleo y minerales en Guyana y Suriname pone a la Amazonía en la ruta de las obras faraónicas con la construcción de una mega red de oleoductos y carreteras que pueden traer más deforestación.

En enero de 2022, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, realizó su primera visita a Paramaribo, la capital de Suriname. Durante la reunión con el presidente del país, Chandrikapersad Santokh, discutieron la cooperación para el desarrollo socioeconómico. Las negociaciones se realizaron principalmente en las áreas de explotación de petróleo y gas natural, pero también para establecer conexiones por carretera y  ferrocarril. Tanto los gobiernos como empresas multinacionales tienen la mirada puesta en las riquezas ocultas en el Escudo Guayanés, relativamente poco exploradas hasta la fecha. 

No hay duda de que este descubrimiento de una abundancia de recursos naturales esenciales tendrá un tremendo impacto en la dinámica económica, política y social de la región. ¿Será verdad que una explotación de estas riquezas realmente conduce a un mayor desarrollo socioeconómico en la región? ¿O es otro ejemplo de la maldición de los recursos naturales y el ecocidio?

No solo Petrobras, sino también ExxonMobil, TotalEnergies, Shell, Chevron Apache Corporation y varios constructores de carreteras tienen los ojos puestos en Suriname y Guyana debido a los recientes descubrimientos de hidrocarburos. Las reservas recuperables totales estimadas de Guyana son de 9 mil millones de barriles de petróleo equivalente (BOE, por su sigla en inglés). Los hallazgos realizados en Suriname sitúan sus reservas recuperables de petróleo equivalente muy por encima de los 6 mil millones de barriles. Los cálculos ponen a las reservas combinadas de gas natural de Guyana y Suriname por encima de los 10 billones de pies cúbicos. Todo eso sumado corresponde a más de la mitad de las nuevas reservas descubiertas en todo el mundo el año pasado.

Petrobras ha mostrado un gran interés en la demanda de petróleo en el margen ecuatorial y proyecta gastar alrededor de $ 2 mil millones para la explotación en la región. Catorce pozos petroleros en cuatro cuencas oceánicas – Foz do Amazonas, Barreirinhas, Potiguar y Pará-Maranhão – estarían vinculados a Suriname y Guyana. Petrobras espera recibir la autorización de la agencia de inspección ambiental brasileña, IBAMA, para perforar en Foz do Amazonas, todavía en 2022. 

El llamado Plan del Corredor Energético Arco Norte, elaborado con estudios de factibilidad por el Banco Interamericano de Desarrollo, también contaría con una mega red de gasoductos vinculada a proyectos industriales y petroquímicos, como la bauxita. También forma parte de él un plan de intercambio de electricidad y una red de carreteras conectadas a un puerto de aguas profundas planificado en Guyana, dándole acceso al Atlántico en algunas partes del norte de Brasil. La pavimentación de la ruta que conecta Boa Vista, en Brasil,  con el Puerto de Georgetown, en Guyana, supuestamente ayudaría en el flujo de producción agropecuaria e industrial en el norte de Brasil.

La costa del estado de Amapá, en el extremo norte de Brasil, está en el punto de mira de la industria petrolera internacional. El lugar reúne varios biomas, como los manglares y los bosques tropicales, y un importante bioma aún poco conocido por la ciencia, el arrecife de coral de la desembocadura del Amazonas, recientemente descubierto y ya amenazado por las prospecciones petrolíferas. Foto: Victor Moriyama / Greenpeace

Las oportunidades de negocio surgen no solo en alta mar, sino también en la región fronteriza de los cuatro países. Hasta el momento, los países del Arco Norte apenas están integrados entre sí. La zona está cerca del límite norte de la mayor área continua de bosques no perturbados del mundo. Suriname y Brasil son actualmente los dos únicos países de América del Sur que no están directamente conectados por tierra. En este momento, los países solo se conectan por tierra a través de Guyana, al oeste (Boa Vista – Lethem – Georgetown – Nieuw Nickerie) y a través de la Guyane Française al este (Oiapoque – Cayena – Saint-Laurent-du-Maroni – Albina). 

Los intereses en la apertura de carreteras son bien conocidos. Una ruta abriría una vasta área al comercio y otras actividades económicas. Las rocas precámbricas del Escudo Guayanés han demostrado contener enormes depósitos de diamantes, oro, plata y platino. Además, poseen grandes reservas de minerales industriales como bauxita, cobre, mineral de hierro, manganeso, estaño y zinc.

Su mayor recompensa, sin embargo, debe estar en minerales menos conocidos como el berilio, el caolín, el niobio, el tántalo, el titanio y el circonio, que son esenciales para su uso en aviones modernos, automóviles, computadoras y equipos de perforación de petróleo y gas natural. No es casualidad que el Banco Mundial haya clasificado recientemente a Suriname entre los 17 países potenciales más ricos del mundo.

Según el mencionado estudio de factibilidad realizado por el Banco Interamericano de Desarrollo, «la Interconexión Arco Norte es técnica y económicamente viable» y, para el avance del proyecto, es necesario «buscar el apoyo político de autoridades e instituciones gubernamentales de los cuatro países». Sin embargo, a pesar de que se supone que es «viable», esto no significa automáticamente que también sea deseable. En un mundo de emergencia climática, ¿es necesario impulsar proyectos con una huella ambiental tan alta? ¿Es esta la vocación de un banco de desarrollo?

La realidad hoy en el territorio es muy preocupante. Decenas de miles de brasileños viven en Suriname, muchos de los cuales trabajan en la minería artesanal ilegal. Es probable que la creación de una ruta directa entre Suriname y Brasil aumente drásticamente el tráfico ilegal entre los dos países, ambos conocidos por no garantizar el cumplimiento de sus leyes. A menudo se acusa a Suriname de facilitar el narcotráfico y de proporcionar cargamentos para el intercambio de armas y drogas, tanto a los Estados Unidos como a la Unión Europea. El país también se ha utilizado cada vez más como punto de enlace entre América del Sur y Europa para el tráfico de personas. En muchos casos, Brasil es el principal intermediario (de drogas), fabricante (de armas) y proveedor (de prostitución) de estos commodities o comercios ilícitos.

Desde el punto de vista de la inversión, también es necesario cuestionar la viabilidad de un Arco Norte. En un momento en que las inversiones globales totales en energía limpia y renovable ya han superado en número los combustibles fósiles sucios, estos países podrían terminar con una gran cantidad de activos inactivos. La sociedad civil tanto en Guyana como en Suriname teme que estos proyectos los conviertan en la próxima Venezuela. Organizaciones como Sophia Point, en Guyana, y Pater Ahlbrinck Stichting, en Suriname, ya han hecho sonar la alarma de que la explotación de los recursos naturales conducirá a desastres ambientales.

No es de extrañar, por lo tanto, que el principal periódico de Suriname, De Ware Tijd, se quedara con la pulga en la oreja tras la visita del presidente brasileño. En un editorial, el periódico señala que el presidente «no toma en serio la pandemia, ignora groseramente los derechos de los pueblos indígenas en su propio país, subsidia la industria contaminante del carbón a gran escala para 2040 y la deforestación de la selva amazónica ha aumentado en lugar de disminuir bajo su liderazgo».

Una evaluación más profunda hace que el Arco Norte sea menos obvio e inviable. Conectar el Arco Norte tendría inmensas repercusiones para la parte noreste de la Cuenca Amazónica y el Escudo Guayanés, no solo desde el punto de vista ecológico, sino también desde el punto de vista político y social. Existe una preocupación legítima de que las ventajas económicas a corto plazo no pesen sobre una multitud de consecuencias negativas a largo plazo. 

La región vive un momento crítico en su historia: debe elegir entre convertirse en una potencia mundial en capital natural, dándole el debido valor a su biodiversidad, capitalizando su carbono forestal y su diversidad cultural, o unirse a la larga lista de países que buscan petróleo, oro y madera. Como señalan Thomas Lovejoy y Carlos Nobre: «La preciosa Amazonía está al borde de la destrucción funcional, y con ella, nosotros también; hoy estamos exactamente en un momento decisivo: el punto de inflexión está aquí, es ahora». A menos que los flujos de inversión económica relacionados con la energía y la infraestructura se conviertan en «cero netos» y «positivos para la naturaleza», continuaremos financiándonos rumbo a la extinción. Ya basta de elefantes blancos en la cuenca amazónica.


Esta columna es responsabilidad de su autor.

Traducido por Nina Jacomini